viernes, 7 de diciembre de 2007

Sacudiendo el polvo

Creo que todos juntamos postales viejas alguna vez. La melancolía es inversamente proporcional al correr del tiempo. Los años pasan y todo cambia, todo. Hay cosas que quedan perdidas, quizás nadie las encuentre por muchos años. O quizás nadie nunca las rescate del cajón del tiempo, ¿quién sabe? Hay cosas del pasado que es mejor olvidar y hay otras que cuando reaparecen son casi oro en polvo.
La ropa, los peinados, los gestos, las formas. Todo es moda. Moda que en unos años se opaca con polvo y ya nadie recuerda. Cuando nos subimos a ese tren que todos los meses completa una nueva estación no miramos para atrás, simplemente desviamos la mirada y de golpe nada de todo eso pasó ¡Fue todo tan real! Pero ya está, es parte del pasado, y como dicen: “pasado pisado”. Pero entre los pisotones hay cosas que vale la pena rescatar porque no son simplemente una moda. Mantienen su vigencia a pesar de que no formen parte de la memoria de nadie y sean solo cosas viejas. Cosas viejas que mientras se avejentan dan sentido a muchas de las cosas que nos rodean.
Mientras la década del mp3 y la música digital llega a su fin, la tecnología sigue abriendo puertas. Quien abre una puerta cierra otra, y que ni se te ocurra volver a abrirla.
Mientras en la televisión promocionan el último modelo de celular -donde entra casi todo la música de los últimos diez años-, yo prefiero desenfundar ese disco grande, negro, polvoriento y sucio. Levanto la tapa de cristal, lo hago encajar perfectamente en su eje y apoyo el pequeño accesorio del costado con terminación en púa sobre su borde. Se escucha un ruido lluvioso, lejano e incomprensible. Sospecho que el disco de pasta dijo basta y no quiere volver a ser escuchado. Cuando la decepción empieza a ganar terreno, algo detiene su marcha. Ya no hay desilusión, ni melancolía, ni tristeza. Los primeros acordes de Whole lotta love invaden el recinto. De la mano de Led Zeppelín, un aire sesentoso se apodera del ambiente y deja atrás cualquier resquicio de modernidad. Hay cosas por las que vale la pena estar vivo.




martes, 4 de diciembre de 2007

“Con un padre carnicero, no sé si me hubiese dedicado a la música”

Con la puntualidad que no caracteriza a ningún músico, luciendo una vestimenta tradicional, típica de algún actor de televisión y el clásico andar despreocupado de cualquier rockero, llega al lugar acordado. Saluda cordialmente y una vez acomodado aclara que el tiempo, ese tópico que en sus canciones parece eterno, por lo menos hoy, no va a serlo.
Ni un músico que sabe actuar, ni un actor que sabe de música. Antonio Birabent se define como un cancionista al que le gusta experimentar caminos paralelos. Sin embargo, a la hora de diferenciar sus dos vocaciones aclara: “En la inmensa mayoría de los casos yo canto lo que compongo y como actor soy básicamente un intérprete, al que le dicen lo que tiene que hacer”.

-Da la sensación que a la hora de componer ponés especial atención a las palabras, ¿es así?
-Me gustan mucho las palabras, son muy importantes porque hablan de un estado de ánimo, de pensamiento y son el instrumento principal de mi música. La palabra, y más en este caso, cantada es fundamental.
-¿Sentís que transmitís más con las palabras que con la música?
-Yo soy un cancionista y la canción, como el título lo dice, está hecha para ser cantada. Entonces yo no soy un músico instrumental pero hay momentos de mi música que son fundamentales. No hago poesía, en todo caso hago poesía cantada. Es una conjunción pero mi preocupación original y primaria es la letra.

Sus inicios en la música datan de muy chico, cuando estaba en el vientre de su madre y seguramente escuchaba a lo lejos la voz de su padre, Mauricio, más conocido como “Moris”, cantando la triste historia del oso que tuvo que abandonar el bosque para convertirse en un bicho de ciudad. “Yo creo que tener la música siempre presente en mi casa fue lo que me decidió a hacer música. Con un padre carnicero, no sé si me hubiese dedicado a la música. Seguramente hubiese optado por otra cosa.”
Contra cualquier refrán popular, en la casa de herrero el cuchillo esta vez fue de metal y, como consecuencia, aún hoy lo persiguen los prejuicios. Birabent explica que esa misma idea de creer que para el hijo de un músico reconocido todo es más fácil, es la que lo obliga a trabajar el doble en sus composiciones.

-Litto Nebbia te escribió un tema con Los Gatos, “Antonio”, ¿qué sentís cada vez que escuchas esa canción?

-La he escuchado pocas veces. Es una canción que me gusta mucho, alguna vez pensé en cantarla cambiándole la palabra Antonio por otra. Es una pieza musical no muy conocida, no mucha gente sabe de su existencia. Me gusta mucho el mensaje que tiene, y volvemos de vuelta a las palabras, es agradable porque Litto Nebbia dice que cada uno de nosotros, cada uno de los que nacemos tenemos una estrella en el cielo para salvar y que nuestra misión en la tierra es salvar esa estrella. Me parece una idea deliciosa.

La discografía de Antonio Birabent, que tiene fecha de inicio en 1993, está compuesta por diez trabajos. Lo más curioso de su carrera es que jamás formó parte de ninguna banda. “Nunca dije `voy a ser el único caso en la historia del rock nacional que no tenga banda´. Eso se dio y de hecho es así, pero nunca lo busqué, nunca dije voy a lograr esa marca. Haciendo un balance me doy cuenta que es un caso excepcional”.
Cualquier persona que escuche dos o tres temas de Birabent puede deducir que su lírica está plagada de melancolía y retrospecciones al pasado. Pero esta característica no es sólo una cualidad artística sino que también representa una forma de pensamiento para él. Cuando de hablar del futuro se trata, el músico prefiere “no jugar a hacer ciencia ficción” y alimentarse del pasado para poder vivir el presente. “El futuro es un tiempo incierto que todos desconocemos, es difícil hablar de lo que uno desconoce, por eso yo prefiero vivir de las cosas que se que ya tuvieron un lugar en el tiempo”, explica.
Un poeta urbano que giró siempre alrededor del rock cancionero y se manifiesta fanático del tango y la década del ´40. Con la mirada clavada en un punto fijo, piensa varios segundos antes de responder a cada pregunta, como si se tratase de un interrogatorio donde el margen de error es mínimo. Sus expresiones son elaboradas, complejas y están repletas de metáforas. De repente, el aluvión de palabras que salían de su boca dan paso a un extraño silencio y automáticamente arremanga su mano para ver la hora. Casi como si hubiese entendido la señal, el botón rojo del grabador sale disparado hacia arriba. A partir de ese momento, todo lo que Birabent diga, no serán más que palabras que se vuelen con el viento.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Un recorrido que hizo historia

Autopista 61: Largo camino paralelo al Mississipi que va desde Nueva Orleáns hasta la frontera con Canadá. Un tal Robert Zimmerman cuenta que Dios le explicó a Abraham que ese era el lugar donde debía matar a uno de sus hijos. Dicen que después de completar el recorrido uno nunca vuelve a ser el mismo...
En el año 1965, Bob Dylan editó su sexto trabajo discográfico, Highway 61 Revisited. El bluesero más negro de Memphis, algún cantante blanco de country, un tradicional intérprete de folk y el rockero más moderno se mezclan en una armoniosa combinación de estilos y melodías.
Lo mejor no siempre queda para el final y Dylan se percató de esto. El tema que inaugura el disco, Like a Rolling Stone, es una de las piezas más esenciales en la historia del rock. El innovador juego entre dos teclados, una guitarra slide y la siempre presente armónica ponen música a una letra repleta de ironías y crítica social.
Después de cuatro excelentes canciones de blues, cada una manchada con tinta de un género diferente, llega otro vestigio fundamental del álbum, Queen Jane Approximately. Un órgano hammond, un teclado común y el acompañamiento del bajo y la batería, sirven como marco para que Bob saque a relucir las miserias humanas y se ría de ellas.
El tema que da nombre al disco es una clásica composición en blues de doce compases, que innova en cuanto al papel de la guitarra que se dedica únicamente a hacer arreglos. Es interesante la historia que cuenta, enmarcada en la Autopista 61, y que regenera un peculiar diálogo bíblico.
Sobre el final, Desolation Row, de la mano de dos guitarras, transforma en melancolía la tristeza, rabia y alegría que pasearon por el suelo de esta autopista. Lugar donde muchos iniciaron su senda musical y donde algunos otros, aún hoy, pasean mientras el viejo Bob, en estos tiempos modernos, los mira desde algún sitio, en su eterna Minnesota.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Introducción a la psicodelia

“The Piper at the gates of dawn” es el primer disco oficial de Pink Floyd. Psicodelia en estado puro fluye por las pistas de este trabajo, donde el cerebro creador de Syd Barrett, alimentado por importantes dosis de ácido lisérgico, encontró la infusión exacta sobre el hilo que divide la cordura de la locura. Una línea bien marcada de bajo, acompañada por ocasionales apariciones rítmicas, se unen a una guitarra con la reverberación perfecta y las frases innovadoras de los teclados para personificar a los largo de once tracks a gnomos, espantapájaros, hadas y otros objetos sobrenaturales.



lunes, 5 de noviembre de 2007

Un buen cóctel de pop y rock para mover los pies

Cientos de fans eran protagonistas de una interminable hilera organizada por personal de seguridad elegantemente vestido, que conducía a las inmediaciones del estadio de Vélez Sarsfield. A medida que pasaban los minutos la desesperación se hacía presente en quienes formaban fila para ingresar al Festival Yeah!

Con la puntualidad que caracteriza a cualquier conjunto extranjero, apenas cumplidas las 20, los parlantes del escenario acordaron expulsar los primeros acordes, en manos de los británicos de Starsailor. Un show con bastantes matices, algunos hits y un cantante con un peculiar fanatismo por intentar hablar en castellano, se mimetizaron con los pocos expectadores que a esa hora ya formaban parte del lugar.

Después de casi una hora de recital, los ingleses pusieron punto final a su actuación y dieron lugar a que el escenario sea poblado por los integrantes de Travis. Ya con un estadio casi lleno, la banda oriunda de Escocia presentó algunos de los temas de su último trabajo y repasó parte de su historia. Sobre el final, los músicos se abrazaron frente al micrófono principal y, casi como si estuviesen en un fogón, hicieron una versión acústica en cuatro voces y una guitarra del tema “Flowers in the window”.

Cerca de la medianoche, The Killers, la atracción principal del festival, pisó el escenario que ya estaba cubierto por una interesante escenografía que recreaba “Sam´s town”, esa ciudad imaginaria, basada en un casino, que la banda norteamericana creó en su último disco. A modo de ópera rock, las primeras tres canciones se fusionaron entre sí y dieron rienda suelta al delirio de miles de fanáticos.

Con climas tan variados que pasaron de un potente rock a la más romántica de las baladas, la banda recorrió casi la totalidad de sus dos trabajos discográficos, en una lista que incluyó sus canciones más conocidas, material nuevo y un pequeño homenaje a Joy Division.

Después de una hora y media de show, The Killers se cerró con “All these things that I´ve done”. Mientras el público coreaba los últimos versos, la banda se despidió, agradeció y segundos después el telón se cerró y las luces del estadio encandilaron a quienes allí estaban.

En el momento de la salida, la desorganización fue tanta, que incluso muchos tardaron casi una hora en abandonar el lugar. Este episodio puede haber opacado un poco el festival, pero lo cierto es que, después de cuatro horas de buena música, ¿quién te quita lo bailado?

jueves, 18 de octubre de 2007

Manual de drogas

Flashback: Hace unas semanas prendía la radio y me enteraba de una chica fallecida por la letal mezcla de una pastilla de éxtasis con alcohol. Me llamó la atención pero a decir verdad no le di demasiada importancia.

Ayer mirando la televisión me entero del caso de la adolescente que, aparentemente, falleció tras ingerir pastillas y alcohol también. Digo aparentemente porque el hipócrita del padre salió a decir que su chiquita había tomado ”sólo un poquito de alcohol”.
“Los adolescentes están perdidos”, “es culpa de los padres”, “la droga es letal”, “tiene que terminarse de una vez por todas el narcotráfico”. Los medios están inundados de este tipo de discursos moralistas que carecen de sentido. Nadie va a dejar de hacerlo porque sus padres se lo digan, ni porque venga el verdugo a condenarlos.
Es hora de dejar a un lado el discurso estúpido, poco constructivo y con aires de represión, para con las drogas. Quizás sea el momento de obviar la producción de esas campañas publicitarias que producen más risa que conciencia.
Quizás algún día los medios de comunicación y quienes informan a la sociedad decidan invertir su valioso tiempo en explicar que el que fuma tres porros se va a quedar dormido, que el que tome varias líneas del polvo blanco no va a pegar un ojo por varios días y que al que mezcle pastillas con alcohol, con suerte, lo cruzaremos en otra vida. En ese momento tal vez empecemos a evitar este tipo de muertes estúpidas. Pero mientras tanto, muchos más seguirán presos de ese cóctel que los llevará derechito a la tumba.

martes, 4 de septiembre de 2007

Hielo y malas noticias para un bebé

1- A partir de mañana, llamando desde cualquier celular se podrá escuchar como dos glaciares se derriten en Austria. No es broma, con tan sólo discar 00498937914058 comienza la transmisión del deshielo, en vivo y con un costo de solamente 10 euros por minuto.
Para quienes carezcan del sostén económico, por un poco menos de dinero se puede hacer un tour por la ciudad y descubrir que los hielos de Europa no son lo único que se cae a pedazos.

2- Parece que Alejandro Sanz estaría esperando un hijo con su asistente. En estos días el "músico" saldría a blanquear la relación con la susodicha y a confirmar el rumor del embarazo.
Esta es una de esas noticias para guardar y tener a mano. Cada vez que uno esté deprimido basta con sacar el papel del bolsillo, leerlo y exclamar casi en forma de alivio: "Las cosas podrían ser peor, ¡que suerte que me tocó nacer acá!".