martes, 4 de diciembre de 2007

“Con un padre carnicero, no sé si me hubiese dedicado a la música”

Con la puntualidad que no caracteriza a ningún músico, luciendo una vestimenta tradicional, típica de algún actor de televisión y el clásico andar despreocupado de cualquier rockero, llega al lugar acordado. Saluda cordialmente y una vez acomodado aclara que el tiempo, ese tópico que en sus canciones parece eterno, por lo menos hoy, no va a serlo.
Ni un músico que sabe actuar, ni un actor que sabe de música. Antonio Birabent se define como un cancionista al que le gusta experimentar caminos paralelos. Sin embargo, a la hora de diferenciar sus dos vocaciones aclara: “En la inmensa mayoría de los casos yo canto lo que compongo y como actor soy básicamente un intérprete, al que le dicen lo que tiene que hacer”.

-Da la sensación que a la hora de componer ponés especial atención a las palabras, ¿es así?
-Me gustan mucho las palabras, son muy importantes porque hablan de un estado de ánimo, de pensamiento y son el instrumento principal de mi música. La palabra, y más en este caso, cantada es fundamental.
-¿Sentís que transmitís más con las palabras que con la música?
-Yo soy un cancionista y la canción, como el título lo dice, está hecha para ser cantada. Entonces yo no soy un músico instrumental pero hay momentos de mi música que son fundamentales. No hago poesía, en todo caso hago poesía cantada. Es una conjunción pero mi preocupación original y primaria es la letra.

Sus inicios en la música datan de muy chico, cuando estaba en el vientre de su madre y seguramente escuchaba a lo lejos la voz de su padre, Mauricio, más conocido como “Moris”, cantando la triste historia del oso que tuvo que abandonar el bosque para convertirse en un bicho de ciudad. “Yo creo que tener la música siempre presente en mi casa fue lo que me decidió a hacer música. Con un padre carnicero, no sé si me hubiese dedicado a la música. Seguramente hubiese optado por otra cosa.”
Contra cualquier refrán popular, en la casa de herrero el cuchillo esta vez fue de metal y, como consecuencia, aún hoy lo persiguen los prejuicios. Birabent explica que esa misma idea de creer que para el hijo de un músico reconocido todo es más fácil, es la que lo obliga a trabajar el doble en sus composiciones.

-Litto Nebbia te escribió un tema con Los Gatos, “Antonio”, ¿qué sentís cada vez que escuchas esa canción?

-La he escuchado pocas veces. Es una canción que me gusta mucho, alguna vez pensé en cantarla cambiándole la palabra Antonio por otra. Es una pieza musical no muy conocida, no mucha gente sabe de su existencia. Me gusta mucho el mensaje que tiene, y volvemos de vuelta a las palabras, es agradable porque Litto Nebbia dice que cada uno de nosotros, cada uno de los que nacemos tenemos una estrella en el cielo para salvar y que nuestra misión en la tierra es salvar esa estrella. Me parece una idea deliciosa.

La discografía de Antonio Birabent, que tiene fecha de inicio en 1993, está compuesta por diez trabajos. Lo más curioso de su carrera es que jamás formó parte de ninguna banda. “Nunca dije `voy a ser el único caso en la historia del rock nacional que no tenga banda´. Eso se dio y de hecho es así, pero nunca lo busqué, nunca dije voy a lograr esa marca. Haciendo un balance me doy cuenta que es un caso excepcional”.
Cualquier persona que escuche dos o tres temas de Birabent puede deducir que su lírica está plagada de melancolía y retrospecciones al pasado. Pero esta característica no es sólo una cualidad artística sino que también representa una forma de pensamiento para él. Cuando de hablar del futuro se trata, el músico prefiere “no jugar a hacer ciencia ficción” y alimentarse del pasado para poder vivir el presente. “El futuro es un tiempo incierto que todos desconocemos, es difícil hablar de lo que uno desconoce, por eso yo prefiero vivir de las cosas que se que ya tuvieron un lugar en el tiempo”, explica.
Un poeta urbano que giró siempre alrededor del rock cancionero y se manifiesta fanático del tango y la década del ´40. Con la mirada clavada en un punto fijo, piensa varios segundos antes de responder a cada pregunta, como si se tratase de un interrogatorio donde el margen de error es mínimo. Sus expresiones son elaboradas, complejas y están repletas de metáforas. De repente, el aluvión de palabras que salían de su boca dan paso a un extraño silencio y automáticamente arremanga su mano para ver la hora. Casi como si hubiese entendido la señal, el botón rojo del grabador sale disparado hacia arriba. A partir de ese momento, todo lo que Birabent diga, no serán más que palabras que se vuelen con el viento.

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