miércoles, 28 de noviembre de 2007

Un recorrido que hizo historia

Autopista 61: Largo camino paralelo al Mississipi que va desde Nueva Orleáns hasta la frontera con Canadá. Un tal Robert Zimmerman cuenta que Dios le explicó a Abraham que ese era el lugar donde debía matar a uno de sus hijos. Dicen que después de completar el recorrido uno nunca vuelve a ser el mismo...
En el año 1965, Bob Dylan editó su sexto trabajo discográfico, Highway 61 Revisited. El bluesero más negro de Memphis, algún cantante blanco de country, un tradicional intérprete de folk y el rockero más moderno se mezclan en una armoniosa combinación de estilos y melodías.
Lo mejor no siempre queda para el final y Dylan se percató de esto. El tema que inaugura el disco, Like a Rolling Stone, es una de las piezas más esenciales en la historia del rock. El innovador juego entre dos teclados, una guitarra slide y la siempre presente armónica ponen música a una letra repleta de ironías y crítica social.
Después de cuatro excelentes canciones de blues, cada una manchada con tinta de un género diferente, llega otro vestigio fundamental del álbum, Queen Jane Approximately. Un órgano hammond, un teclado común y el acompañamiento del bajo y la batería, sirven como marco para que Bob saque a relucir las miserias humanas y se ría de ellas.
El tema que da nombre al disco es una clásica composición en blues de doce compases, que innova en cuanto al papel de la guitarra que se dedica únicamente a hacer arreglos. Es interesante la historia que cuenta, enmarcada en la Autopista 61, y que regenera un peculiar diálogo bíblico.
Sobre el final, Desolation Row, de la mano de dos guitarras, transforma en melancolía la tristeza, rabia y alegría que pasearon por el suelo de esta autopista. Lugar donde muchos iniciaron su senda musical y donde algunos otros, aún hoy, pasean mientras el viejo Bob, en estos tiempos modernos, los mira desde algún sitio, en su eterna Minnesota.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Introducción a la psicodelia

“The Piper at the gates of dawn” es el primer disco oficial de Pink Floyd. Psicodelia en estado puro fluye por las pistas de este trabajo, donde el cerebro creador de Syd Barrett, alimentado por importantes dosis de ácido lisérgico, encontró la infusión exacta sobre el hilo que divide la cordura de la locura. Una línea bien marcada de bajo, acompañada por ocasionales apariciones rítmicas, se unen a una guitarra con la reverberación perfecta y las frases innovadoras de los teclados para personificar a los largo de once tracks a gnomos, espantapájaros, hadas y otros objetos sobrenaturales.



lunes, 5 de noviembre de 2007

Un buen cóctel de pop y rock para mover los pies

Cientos de fans eran protagonistas de una interminable hilera organizada por personal de seguridad elegantemente vestido, que conducía a las inmediaciones del estadio de Vélez Sarsfield. A medida que pasaban los minutos la desesperación se hacía presente en quienes formaban fila para ingresar al Festival Yeah!

Con la puntualidad que caracteriza a cualquier conjunto extranjero, apenas cumplidas las 20, los parlantes del escenario acordaron expulsar los primeros acordes, en manos de los británicos de Starsailor. Un show con bastantes matices, algunos hits y un cantante con un peculiar fanatismo por intentar hablar en castellano, se mimetizaron con los pocos expectadores que a esa hora ya formaban parte del lugar.

Después de casi una hora de recital, los ingleses pusieron punto final a su actuación y dieron lugar a que el escenario sea poblado por los integrantes de Travis. Ya con un estadio casi lleno, la banda oriunda de Escocia presentó algunos de los temas de su último trabajo y repasó parte de su historia. Sobre el final, los músicos se abrazaron frente al micrófono principal y, casi como si estuviesen en un fogón, hicieron una versión acústica en cuatro voces y una guitarra del tema “Flowers in the window”.

Cerca de la medianoche, The Killers, la atracción principal del festival, pisó el escenario que ya estaba cubierto por una interesante escenografía que recreaba “Sam´s town”, esa ciudad imaginaria, basada en un casino, que la banda norteamericana creó en su último disco. A modo de ópera rock, las primeras tres canciones se fusionaron entre sí y dieron rienda suelta al delirio de miles de fanáticos.

Con climas tan variados que pasaron de un potente rock a la más romántica de las baladas, la banda recorrió casi la totalidad de sus dos trabajos discográficos, en una lista que incluyó sus canciones más conocidas, material nuevo y un pequeño homenaje a Joy Division.

Después de una hora y media de show, The Killers se cerró con “All these things that I´ve done”. Mientras el público coreaba los últimos versos, la banda se despidió, agradeció y segundos después el telón se cerró y las luces del estadio encandilaron a quienes allí estaban.

En el momento de la salida, la desorganización fue tanta, que incluso muchos tardaron casi una hora en abandonar el lugar. Este episodio puede haber opacado un poco el festival, pero lo cierto es que, después de cuatro horas de buena música, ¿quién te quita lo bailado?